Escrito por: Elena Aguirre.

Hola, mi nombre es Elena, tengo 35 años y soy Psicopedagoga. Comencé a viajar sola de grande, a los 33 años, cuando me di cuenta que  encerrada en mi casa esperando coincidir con algún amigo/a para salir a recorrer, iba a pasarme la vida. Tomé unos pocos pesos argentinos, cambié dólares y salí.

Suelo viajar siempre que mi trabajo me lo permite. Todavía no le he encontrado la vuelta a poder viajar y generar dinero para solventarme viajando.

En este viaje a Perú, aparte de disfrutar del país, disfruté de momentos y personas muy especiales en mis ESPERAS.

 Llegar a una terminal de ómnibus (autobús) y disponerse a esperar, forma parte también de los viajes. Son muchos momentos los que pasamos en estos lugares cuando se viaja y la espera se puede convertir en un gran aprendizaje.

La vida entera puede pasar por una estación se autobús. Lo primero que observo son piernas que vienen y van en movimientos interminables, gente cargada con bultos de diferentes tamaños, personas de todas las edades sentadas como pueden, a quienes la espera les sumió en una somnolencia liviana,  niños jugando en el suelo (son los que más provecho le sacan al tiempo).

También durante la espera uno puede escuchar historias, observar rostros, gestos, vestimentas, comportamientos de personas apuradas o perdidas y también resignadas como yo con la espera…

Cuando viajamos en nuestra mente siempre está la próxima meta, llegar al punto siguiente del recorrido lo más completo posible: ya sea por vacaciones, por visitas a familiares, por trámites, por cuestiones de salud…pero ‘el punto’ es que hay que llegar al otro punto bien.

Lejos de molestarme las largas esperas, me siento a gusto, disfruto de observar (placer y de formación profesional).

En mi viaje a Perú, la espera me regaló una dura historia. ¿Recién llegas? me pregunta una voz cercana. Se trata de un pibe de unos veinte años no más sentado a mi lado, descubro en su rostro gestos de hastío y sufrimiento.

Le contesto que no, que me estoy yendo ya “me regreso”. En ese momento, comienza una conversación donde se lamenta de la contradicción de que yo me vaya tan contenta de Cusco (no se escribe con Z originalmente, eso lo aprendí en Cusco) y él tan “malogrado”.

Segundos después comienza a relatarme que había llegado la noche anterior desde Arequipa a conocer la ciudad, y que buscando la casa de un amigo para hospedarse, tres personas le quitaron a fuerza de golpes y cuchillo en mano todo su equipaje razón ésta por la que se vuelve ya a Arequipa.

Observo que el pibe (chico) tiene la boca hinchada y el ojo rojo. La conversación fluye y poco a poco se va soltando y comienza a contarme cosas de su trabajo, su familia de Venezuela, de su pequeña hija de dos años, de sus ambiciones, proyectos y de las comidas que me perdí por tener estómago flojito de “niña argentina”.

También me repite que le molesta mucho la espera, sobre todo después de lo que le pasó, que tiene mucha bronca y que quiere llegar ya, ya, ya. Trato de convencerlo de que a pesar del “mal trago”, la espera aquí tiene sus ventajas (consuelo desubicado) se tiene tiempo para pensar, para mirar, para escuchar, para charlar con desconocidos.

Después de la larga charla, se levanta para abordar su ‘bus’ hacia Arequipa, nos despedimos con buenos deseos para lo que sigue. Allí pensé que tal vez con nuestra charla, el tiempo se le hizo menos atribulado a este pibe.  

Llegada a Aguas Calientes buena (1)

Ya sola, me pongo a pensar y me siento bien, creo que escucharme le ayudó a irse más tranquilo y llego a la conclusión de que no siento miedo de viajar sola, al contrario, creo que las dificultades en los viajes nos enseñan y nos hacen más fuertes. Pienso en toda la gente maravillosa que me he cruzado en el camino y todo lo bueno que este gran país me está ofreciendo.

En mi mente escucho una voz que me dice: ¡disfruta, sigue disfrutando de esta maravillosa experiencia!

Plaza de Armas- Cusco

Vuelvo a tener tiempo para mirar y veo a una mujer joven con su niña pequeña viajando hacia Juliaca, me pregunta si me gustó Cusco, y se asombra mucho cuando le digo que somos solo “mi mochila y yo”.

Me advierte de algunos peligros y se lo agradezco, después de un tiempo conversando, las dos se levantan y me saludan cálidamente al partir.

Continuo en la terminal de autobuses y la gente sigue pasando, algunos mochileros que también esperan juegan a las cartas, leen libros, revistas, ojean mapas o duermen.

Después de un tiempo por fin me toca a mi, me advierten a grito pelado y continuo desde la boletería mi próximo destino. Cargo mi mochila y voy tras él feliz, todo me parece mágico, suena un valsecito peruano como el de Chabuca Granda, (una de las cantoras emblemáticas de América Latina y más representativas del Folklore Peruano).

Ciudad de Cusco

Ciudad de Cusco

Las esperas tienen eso: pueden ser cortas o interminables. Está en cada uno poder aprovecharlas y detenerse a mirar, a escuchar cosas nuevas y  hacerse preguntas. Aunque no lo crean, las esperas me ayudan a mirar el mundo «con otros ojos».

Aquí termina mi espera en esta ocasión, teniendo la certeza de que disfrutaré en otros muchos lugares de otras muchas esperas, historias, personas y detalles maravillosos que me mostrarán pero… sin saber que disfruto de mis esperas desde otra perspectiva que no sospechan.

HASTA PRONTO PERÚ VOLVERÉ.

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