Escrito por: Aris Fernández.

Mongolia es un país casi desconocido para el viajero. El invierno es su época más difícil, con temperaturas que rondan los 40 grados bajo cero, en verano sin embargo las temperaturas son suaves en el norte, y de un calor extremo en el sur, especialmente en el Desierto de Gobi, donde los mongoles sobreviven a 40 grados en una estepa en la que no existe cobijo para la sombra.

El mejor periodo para ir a Mongolia es entre los meses de Julio y Agosto.

No fue para nada mi caso, que inquieta por saber más sobre cómo estas personas desafían la meteorología, fui a conocer el último país nómada del mundo en su época más extrema: el invierno. Durante 20 días convivimos con varias familias nómadas, primero en el Valle de Orkhon y más tarde, en el ya nombrado Desierto de Gobi. En este artículo os resumiré mis experiencias.

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En el mapa del mundo, Mongolia es un país que puede pasar desapercibido, pero hace muchos años, en 1206, existió un hombre llamado Genggis Khan que unificó todas las tribus mongolas bajo su mando y consiguió formar el mayor ejército que haya existido jamás. Gracias a sus estrategias y movilidad con los caballos, llegó a conquistar la mitad del mundo, y a tener en su poder una extensión de unos 33.000.000 km², abarcando desde la península de Corea hasta el Danubio y albergando una población de más de 100 millones de habitantes, incluyendo algunas de las naciones más avanzadas y pobladas de la época, como China, Irak, Irán y los países de Asia Central y Asia Menor. (Recomendación de la película «Mongol»).

 

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Expansión del territorio mongol

Todos deberíamos saber más sobre este país, pensaba, los últimos indios de la tierra. Pero para llegar a lo más remoto de la estepa primero hay que atravesar varias ciudades, cambios horarios y pasar frío, mucho frío.

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Ulan Bator, capital de Mongolia

Estuvimos varios días en Ulan Bator, la capital del país. La ciudad me sorprendió por sus grandes rascacielos y su tráfico incesante. 

Ulan Bator es la capital más contaminada del mundo debido a que también es la capital más fría del mundo con cerca de 40 grados bajo cero en invierno.

Las calderas de las chimeneas de carbón no paran de expulsar humos al aire de una ciudad en la que cuesta respirar. Escapando de todo esto y con ganas de conocer más a fondo el país, nuestra mente estaba enfocada en las afueras, donde estábamos a punto de conocer a una familia nómada auténtica, una que jamás había recibido turistas.

Para llegar hasta ellos fueron necesarias las ayudas de nuestro contacto en Mongolia, Ogui, una joven chica nacida en la estepa que además estudió español y ahora trabaja para alguna agencia turística, aparte de llevar la suya propia. Contratamos sus servicios porque nos parecía imprescindible intercambiar impresiones con estas personas y esto sin intérprete es prácticamente imposible. El mongol es un idioma complejo y los nativos más alejados en ocasiones no hablan más allá de un dialecto originario de los tártaros o cosacos, así que no nos quedó más remedio que contratar conductor e intérprete si queríamos aprovechar bien el viaje de nuestras vidas en el invierno del mundo.

«Ger», que para los nómadas significa «hogar», es una casa circular hecha con madera y piel capaz de mantener en el interior una temperatura de 25 grados mientras en el exterior el mercurio marca 40 bajo cero, pero solo cuando el fuego está encendido. «Chon» que en mongol significa «lobo», es el animal que deja huellas cada noche a la puerta del Ger.

«Vivir», que para nosotros supone una mezcla de emociones, retos, fracasos y ambiciones, para ellos no significa lo mismo, los nómadas sobreviven como lo llevan haciendo desde el principio de su historia y son felices en armonía con la naturaleza.

Al viajero se le trata con delicadeza y con gran ilusión por mostrar su vida, así como por dar todo cuanto poseen por el simple hecho de compartirlo, sin pensar para nada en el tan valorado dólar.

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El valle de Orkhon

El día a día en el valle de Orkhon es sencillo, por la mañana el hombre se levanta para pastorear a los yaks entre la nieve, mientras la mujer prepara con ilusión el desayuno para sus tres hijos y los nuevos huéspedes, que con asombro miramos como realiza té con leche y empanadillas rellenas de carne hechas al baño maría. Tras un buen rato en que los niños ocuparon todo nuestro tiempo, salimos a buscar agua a un río congelado, que parece inerte pero nutre de vida a las familias nómadas. Recoger agua durante el invierno es más complicado de lo que parece, y nuestros anfitriones nos muestran orgullosos cómo se hace. Un pequeño agujero en la capa de hielo en la que se ha convertido el río hace de fuente y de ahí con una jarra de plástico, una gran garrafa y mucha paciencia, llenamos agua hasta cubrir nuestras necesidades diarias. Los niños aprovechan para jugar entre el hielo tirándose de un lado a otro resbalando y mirándome para invitarme a hacerlo yo también. Me río y me uno a la fiesta. Aunque mi cuerpo está completamente congelado, me siento en el fin del mundo arropada por una inocencia que me cuesta encontrar en mi vida cotidiana.

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Recogiendo agua en el río

Tras llevar agua al Ger calentamos el hogar y nuestros cuerpos en la chimenea, mientras vamos preparando la comida para almorzar. En la sobremesa aprovecho para preguntar tantas cosas…

¿Los niños nacen aquí mismo?  ¿A cuánta distancia estáis de un hospital?  ¿Cómo os curáis de las enfermedades?  ¿Cómo os hacéis las ropas para soportar este frío?  ¿Cómo trasladáis todas las cosas al cambiar de lugar para vivir?

La tarde transcurre sin prisa mientas recogemos y cortamos leña para la noche. No sé explicarlo, pero cada vez siento más frío, la niña me avisa para salir a recoger los yaks más pequeños porque enseguida llegará la noche y al refugiarnos en el Ger el lobo conquistará el valle. “Cada noche visitan las afueras de nuestra casa y podrás oírlos aullar”, me dice la niña. La miro perpleja y me siento dentro de una película de cine que pocos directores se han atrevido hacer.

 

Mientras “escapamos” de los lobos del Valle de Orkhon, en el Desierto de Gobi se preparan para la carrera de camellos más importante de la zona, 15 km de estepa bajo un frío que ronda los 36 grados bajo cero, y yo solo me pregunto si mi cámara soportará las temperaturas y podré filmarlo todo.

Mi novio Alejandro y yo estamos grabando el primer documental que se hace en España sobre la vida de los nómadas en invierno.

Así que la responsabilidad me aterra cada vez que lloro por no poder soportar el frío o no conseguir permanecer más tiempo lejos del calor de las chimeneas, y así poder grabar más momentos irrepetibles en este magnífico lugar.

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Camellos en el Desierto de Gobi

Si la vida en el valle me parecía solo para auténticos héroes, lo del Gobi ya no tiene nombre.

En el Desierto de Gobi desaparecen las montañas, los árboles olvidaron crecer, los ríos prefieren bañar otras zonas, y tan solo unas enormes dunas dan color a este paisaje tan desolador y hostil. Unas dunas repletas de nieve, que dibujan el infinito.

¿Estoy en un desierto nevado, Ogui? “Sí”, me dice, “memoriza bien esta imagen porque es el único lugar del mundo donde verás un desierto nevado”, me susurra nuestra intérprete mientras me pone los pelos de punta.

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El Desierto de Gobi nevado

Las familias en el Gobi tienen un carácter más cerrado y duro, todos son muy amables con nosotros y se nos quedan mirando fijamente a los ojos como queriendo descubrir muchas cosas de nuestro mundo, pero no emiten palabra. Nos ofrecen leche de camello, una especie de galletas duras hechas con harina, algo de vodka y… como no, las empanadillas rellenas de carne, esta vez de camello.

Poco a poco la noche y el frío dejan fluir conversaciones en las que nos hablan de sus camellos, un animal que es capaz de beber hasta 40 litros de agua en una sola ingesta y a su vez pasar unos 60 días sin beber ni una gota. ¡Asombroso! Los alimentos en esta parte del país se basan en él, la carne es dura pero alimenta , la leche es fuerte pero con ella preparan yogur agrio y hasta helado de queso con el que deleitan a los niños, que solo quieren jugar con nosotros. Podría pasar horas escribiendo sobre ellos, niños que nacen en unas condiciones extremas, que solo buscan nuestro bienestar y diversión.

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Niños nómadas jugando

Nuestros días en el Gobi se van acabando tras aprender un montón de valores y filmar las mejores imágenes que jamás he grabado.

En Mongolia dejamos nuestra segunda familia, personas que cuidaron de nosotros como si de un hijo o sobrino se tratase. La tradición dice que al viajero se le despide con una cantidad simbólica de dinero, por si acaso le surge algún problema en su camino. Nosotros evidentemente no queríamos aceptarlo, cosa que para ellos era una ofensa. Lo único que podíamos hacer es dejar los papeles en el altar de buda que preside la casa de la familia.

Mongolia es uno de esos países que guardas en el corazón.

No es un viaje cualquiera , es un viaje en el tiempo, un viaje para conocernos a nosotros mismos como especie, un viaje para soñar y crecer, para aprender el significado de las palabras, del idioma, de los gestos, un viaje para creer, porque por muy débiles que nuestra mente nos quiera ver, nosotros tenemos el don de hacer de cualquier lugar nuestro acogedor y confortable hogar.

Un abrazo para mi segunda familia en Mongolia, las nómadas del mundo.

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Os contamos toda la aventura de nuestro viaje de cuatro meses desde Moscú a Bangkok, en nuestro perfil de PRESUPUESTO LÍMITE en la página de BEQBE y Facebook.

Para todas aquellas aventureras que os gustaría visitar estas personas y este maravilloso país, no dudéis en poneros en contacto conmigo a través de: arismayo87@gmail.com o presupuestolimite@gmail.com

 

Y tú, ¿quieres ser también nuestra amiga nómada? Aquí te contamos cómo. ¡Anímate!