Escrito por: Rakel Nuñez.

Hablemos de ellas, esas mujeres autóctonas o viajeras que encontramos por el camino en nuestros viajes en solitario.

Llevaba más de un mes viajando por Marruecos, en el invierno del 2010 al 2011 cuando decidí recorrer desde el medio Atlas hasta el alto Atlas caminando por senderos de gran recorrido y furgonetas usadas como autobuses por pistas no asfaltadas.

A la aldea de Aicha llegué cuando la noche caía en el monte y yo caminaba rápido, buscando una señal del albergue, escuchando si venía un coche. No sabía que ningún transporte local querría llevarme y me había quedado sin agua.

Las advertencias en los albergues acerca de los perros abandonados y enfermos de rabia,que afectaba a muchos poblados de la montaña, terminó siendo más que cierta ocasionando un gran retraso en mi ruta inicial.
No me encontraba bien y seguí un camino que llevaba a un par de chimeneas humeantes.

Formé parte durante tres días de una comunidad de mujeres de ojos claros, grandes bocas y velos coloridos. No había casi hombres en el pueblo ya que se ausentaban a menudo para trabajar en la construcción en las ciudades de la costa. Las casas de adobe y muy cercanas unas a otras, daban la sensación de ser una sola entre un verdor infinito.

Mi nombre era impronunciable para ellas. Me llamaron Titrit: Estrella en su lengua Tashelhit.

Cuando estuve bien me prestaron un burro para acompañarme ellas en los suyos hacia mi siguiente parada, yo siempre creí que no se fiaban que llegara bien. Fue uno de los momentos más divertidos de mi vida, dónde reí hasta explotar. No pude mantenerme en el burro, casi me abro la crisma todas las veces que lo intenté.

Las más mayores me recriminaron, en francés, que cómo me atrevía a adentrarme en el Atlas sin machete, sin saber encender un fuego, sin conocer las hierbas y sin montar en burro. Pero no me dejaron sola nunca.
Me dieron unas cuantas blusas suyas y pañuelos y me aconsejaron que escondiera la mochila para parar un autobús, con el velo puesto, subiera rápida con ella y me sentara sin hablar hasta que arrancara. Lo hice varias veces y funcionó.

Luego me enteré de la gran presión de las empresas turísticas en los poblados para que no se alojara gente en las casas o se transportara extranjeros en transporte local.

En este viaje de 3 meses conocí muchas mujeres diferentes entre ellas, con historias tan impactantes para mi forma de ver la vida que aprendí infinidad de cosas para comunicarme con otras personas. El viaje no hubiera sido igual sin ese encuentro, sin esa inmersión.

Con algunas compartes breves instantes que valen mucho, con otras pasas días o semanas conociendo su entorno o haciendo una parte del camino juntas. Ellas alucinan con tus vivencias y tú con su fuerza, su resistencia. Ellas creen que eres una valiente por rodar sola sin planes, sin reservas, sin teléfono. Tú intentas explicarles que no estás sola, que ese viaje es una parte de tu vida. Sin embargo, la valentía la reconoces en ellas, columna vertebral de su sociedad, aunque ellas no lo sepan…

En mis primeros viajes largos ni siquiera hablaba inglés, así que cualquier mirada, sonrisa o gesto se convertían para mi en un diálogo completo. Y suele suceder en esos momentos en los que el peso de la libertad y la soledad están transformándote por dentro hasta cuestionarte planteamientos que nunca hubieras imaginado.

Entonces aparecen ellas. En un autobús, en el mercado, en medio del campo…

A través de sus ojos descubres esa cultura nueva en clave de mujer.

En aquella ocasión fue Aicha, comprendió que no me encontraba bien y fue mi madre durante días entre sopas y mantas. Me rebautizó con otro nombre y buscó cuidadoras para mí cuando salía a por hierbas y leña.

En Laos el amanecer me sorprendió en una tribu Aka con un baile frenético entre cantos femeninos, con la boca tintada de betel y brazaletes hasta el codo.

 O la mujer que vivía en las calles de la capital de Camboya, cargada de niños… Me despiojó, me enseño el khmer necesario para mi día a día, me ayudó a comprar en el mercado, lloramos juntas…

 

No tendría lineas para todas y tampoco quiero contarlo todo.

Ahora te toca a ti, sí sí a ti, salir al mundo y encontrarlas. Y tal vez nos encontremos pronto con el corazón contento y los pies llenos de polvo en algún rincón del mundo.

Si quieres conocer a Rakel y su periplo por el mundo, no puedes perderte este post.
Y tú, ¿quieres ser también nuestra amiga nómada? Aquí te contamos cómo. ¡Anímate!