Mi primer viaje como madre fue de Barcelona a Menorca, quise hacer un viaje de tanteo y prueba, necesitaba descubrir por mí misma qué era viajar con mi hijo de casi 1 año.

Así que afronté este reto, pensé: Amo viajar, tengo que compartirlo con mi peque nómada lo antes posible, para seguir haciéndolo juntos, y… ¡allá que fuimos!

No creas que todo fue un camino de rosas en este viaje. Obvio, madre primeriza, llena de inseguridades, maldiciendo a Google porque en lugar de ayudar me creaba más y más dudas y, sinceramente, no tenía ni idea por donde empezar.

Viajar con un niño pequeño y por primera vez hace que te surjan muchas dudas, pero te aseguro que con el paso del tiempo, y un poco de práctica, puedes volver a hacerlo de forma tan espontánea como lo hacías antes de ser madre. La primera vez, tómalo con calma, escoge un lugar donde te sientas cómoda, no importa si a 50 Km de tu residencia habitual o a 10.000 Km, un lugar en el que estés tranquila y puedas disfrutarlo.

Mi primera experiencia con el peque nómada en avión, fue sencillamente ¡¡ESTRESANTE!! Sí, justo la pesadilla que toda madre teme que se haga realidad. Fue un vuelo muy corto, apenas 30 minutos, pero te aseguro que fue uno de los más largos que emocionalmente recuerdo.

Nada más llegar al aeropuerto el peque nómada, inquieto y curioso por naturaleza, no paraba un segundo, de un lado a otro, arrastrándose a gatas por la terminal como poseído. La verdad que ¡wow!, me deja impresionada la velocidad a la que un bebé puede gatear en espacios abiertos.

Una vez dentro del avión empezó la pesadilla… él también quería un asiento con su cinturón para el solo, pero hasta los dos años no pagan billete de avión, con lo cual, van sentados encima de sus padres, con un cinturón adicional que te da la azafata… eso no le gustó nada y empezó a llorar y llorar y llorar… ¡¡Tremendo berrinche!!

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¡El peque nómada dos minutos antes del berrinche!

Y como madre novata, pues sólo notaba las miradas acusadoras de los demás pasajeros, un sudor frío en mi cuerpo y un nudo en el estómago de los nervios. En mi estado de psicosis temporal, podía hasta interpretar esas miradas acusadoras como: ¡Ay mala madre, mira que volar con un niño tan pequeño!, ¡Menudo viajecito nos va a dar tu hijo! y ¡Ya os podías haber quedado en casa!

Y estoy segura de que era justo lo que pensaban muchos pasajeros, por comentarios que he ido escuchando estos años de otras mujeres viajeras, madres y no madres. Sencillamente hay personas a las que les resulta bastante molesto compartir cabina de avión con un niño que llora, y puedo llegar a entenderlo, ya que al no estar familiarizados con el llanto de un niño, pueda resultarles incómodo.

Pero te pido que, por favor, empatices con nosotras, cuando en algún vuelo te toque viajar con un peque nómada cerca, en lugar de mirarnos con reproche y juzgando qué tipo de educación le estamos dando porque no podemos calmarlo, acércate sin miedo, no muerden (casi nunca) y procura hacer algo productivo ayudando a que se tranquilice en lugar de juzgar, y haciendo comentarios feos de lejos. Porque, créeme, ayudando a esa madre a tranquilizar al peque nómada, vas a recibir una gran sonrisa y una infinita gratitud por su parte.

Recuerda siempre: ¡es un niño, tú también lo fuiste un día! Nosotros, te puedo asegurar, que nos sentimos mucho peor que tú ante estas situaciones, que algunas veces también se escapan de nuestras manos y no son nada fáciles  de controlar y, menos, si no tienes práctica. Así que ayúdanos, por favor, a que conozcan la parte amable de las personas desde pequeños, no la parte que juzga desde lejos sin hacer nada al respecto.

Sé el ejemplo de cordialidad y de empatía que enseñe a estos pequeños viajeros que el mundo está lleno de personas increíbles, que aportan, no solo que juzgan.

A día de hoy ya me lo tomo con humor, durante los últimos años, he ganado en seguridad como madre y viajera, conozco más a mi hijo, y sé como actuar ante situaciones así. También entiendo lo molesto que puede llegar a ser el llanto de un niño en un avión, pero no más molesto que los ronquidos incesantes de otro pasajero, la incontinencia del compañero del asiento de ventana y la típica pareja que se pasa el vuelo diciéndose cositas empalagosas. O la que menos me gusta a mí, cuando justo consigo dormirme después de intentarlo durante 2 horas, y pasa la azafata con la comida y me despierta sin piedad. ¡Que soy madre, que me da igual comer, yo quiero dormir!

Viajar en avión es así, es un lugar en el que convives unas horas, con diferentes tipos de personas, en el que te aguantan y tienes que aguantar.

Aquel día, en mi primer viaje en avión con mi hijo, me hubiese encantado que alguien me contara lo que me podría encontrar en una situación así y, sobre todo, qué hacer o cómo actuar para sobrellevarla de la mejor manera posible. Y ésta es la razón que me lleva hoy a compartir contigo lo que he ido descubriendo estos años, mientras volaba en avión de un lugar a otro del mundo con mis hijos.

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Consejos que nadie me dio antes del primer vuelo en avión con mi hijo:

Con el tiempo y la práctica, fui aprendiendo la técnica de la distracción, te confieso que es muchísimo más efectivo intentar distraerlo hablándole con tranquilidad, darle algún juguete que sabes que le gusta, susurrarle, abrazarle… que decirle hecha un manojo de nervios, casi implorándole: ¡¡¡por favor, deja ya de llorar!!! Eso nunca funciona y lo sabes al igual que yo.

Sé que es complicado, a veces, controlar la sensación de desasosiego que te invade cuando tu hijo, con o sin motivo aparente, te monta un berrinche a bordo, así que espero te sirvan estos consejos:

  • Muchas veces los niños lloran porque les duelen los oídos con la presión del avión, dale su chupete o un caramelo para ayudar a pasar el mal rato, sobre todo en el despegue y aterrizaje del avión.
  • En viajes largos, hay que darles de beber bastante agua para que estén bien hidratados. Un niño hidratado es un niño feliz y de buen humor.
  • Si tu peque nómada ya camina y el trayecto del vuelo es largo, podéis dar pequeños paseos por la cabina. Verás como socializas con otros pasajeros e incluso con otros niños que están a bordo. Si aún no camina, álzalo sobre tu cabeza, con tus brazos jugando con él. ¿Quién dijo que no te puedes poner en forma en un avión?
  • Juega con él al veo veo, no pares hasta que tenga visto todos los elementos de la cabina del avión y, aún así, el querrá seguir jugando.
  • La llegada de las tecnologías a los aviones es un gran invento de entretenimiento, puedes ponerle una película, de la gran variedad que encontrarás en la pantalla que hay en los cabezales de los asientos delanteros. Dependiendo de la edad de tu hijo, también hay una gran variedad de juegos en esas pantallas, o puede pasar un rato escuchando música tranquilamente.
  • Algunas compañías aéreas ofrecen lápices de colores y papel para los niños, pero por si acaso en la que viajas no, no te la juegues, lleva de casa siempre una pequeña libreta y lápices, te servirán tanto para los trayectos como para que se distraigan algunos ratos en destino. Incluso si tu peque nómada ya escribe, será fantástico que cree su propio diario de viaje.
  • Mirar por la ventana del avión les relaja, les hace ver el mundo desde una perspectiva nueva, y mirar las nubes de cerca los hipnotiza.
  • Puedes aprovechar también para contarles cosas sobre el lugar al que vais, da igual que creas que es muy pequeño, tu voz hablándole tranquilamente le va a gustar y te prestará atención.
  • Vístelo cómodo, aunque esté guapísimo con ese peto tejano que su tía le regaló, pero cuando tengas que llevarlo varias veces al baño o cambiarle el pañal, te aseguro que terminarás pensando por qué no le pusiste unos pantalones con cintura elástica o incluso el pijama.
  • Los menús infantiles en los aviones normalmente son geniales, más de una vez me he sentido tentada de pedirle a la azafata que me dé a mí uno también. Normalmente son de pasta o arroz, zumo, agua, patatas chips y lo mejor de todo, sin duda, el postre, casi siempre llevan algunos caramelos y chocolates. Aunque te recomiendo que lleves siempre en la mochila de mano un paquete de galletas, dulces o saladas, por si su pequeño estómago decide que no quiere aguantar hasta la hora que pasen repartiendo la comida en el avión.
  • Si tu peque nómada tiene menos de dos años, no olvides informarte en la compañía de vuelo con la que viajas si disponen de cuna para el avión. Es importante que la reserves con tiempo y es una forma en la que tu bebé viajará muy cómodo, y tú también.
  • Y si ya has probado de todo y nada, no te ves capaz de viajar con él en avión, porque se pone muy nervioso y no hay manera de calmarlo, quiero decirte que aún no está todo perdido, siempre puedes viajar de noche. En horario nocturno normalmente estará más cansado, con lo que se pasará gran parte del vuelo durmiendo tranquilamente.
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¡El peque nómada relajado escuchando el mar!

El día que me estrené como mamá nómada, al bajar del avión en Menorca y tomar un autobús hasta nuestro alojamiento, no con mucho más éxito con el llanto del peque nómada, sinceramente tenia la moral bajísima. Y al llegar al alojamiento, me tiré en la cama y esta vez fui yo la que lloraba desconsolada, porque creía que lo de viajar se había terminado para siempre… pero… ¡Já, ilusa de mí!, parece mentira que a veces olvide lo cabezota que puedo llegar a ser cuando quiero hacer algo que me apasiona y, viajar, sin lugar a dudas, lo es. Pero en aquel momento, créeme, no veía la luz, era todo oscuridad.

Por suerte son momentos fugaces, y una vez recobré la compostura y con mi llanto liberé toda la tensión acumulada del camino, salí a la calle a buscar un supermercado para comprar: 100 g de pollo, 5 judías, 1 zanahoria, 1 patata… Sí, la cara de la cajera del supermercado era puro desconcierto, el primer día, luego ya me sonreía, cada vez que me veía aparecer para hacer mi minicompra diaria.

Y es que en el hostal dónde nos alojamos no tenía nevera para hacer compra para varios días, ni cocina, así que tuve que comprar día a día. Incluso cargué con el mini robot de cocina, en mi mochila, para hacerle sus papillas diarias de verduras y carne, ya que los tarritos precocinados que venden en farmacias y supermercados, no había manera que los quisiera comer. La leche que tomaba por la mañana y por la noche con los cereales sí me la podían calentar en el hostal e incluso en cualquier bar con microondas.

Aunque te digo la verdad, eso me pasó con el primer peque nómada, la segunda, estando en ruta, tomaba la leche a temperatura ambiente y de papillas de verduras y carne nada, comía trocitos de lo mismo que nosotros muy bien aplastaditos con el tenedor… sí, ya se dice que la experiencia es un grado y aplica 100% en este caso.

Después de comer, cuando bajó un poco el sol, fuimos a alquilar un coche para recorrer la isla los próximos días. En el coche, el peque nómada nunca lloró, no me preguntes por qué, porque no tengo ni idea, sólo sé que viajar en coche, sencillamente… ¡le encanta!

Con el coche nos dirigimos a nuestra primera cala en Menorca, Cala Tortuga, a «tomar el sol», sí, entre comillas, las madres como ya sabrás, evolucionamos de tomar el sol tranquilamente en la playa a ponernos en modo croqueta en la arena, creando increíbles castillos de arena con vasos de plástico, o mientras vamos detrás de los peques nómadas que van invadiendo toallas ajenas… Se conoce mucha gente así, la verdad y te haces un peeling natural en el cuerpo, y ¡sin apenas darte cuenta!

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Cala Tortuga (Menorca)

Por la noche ya, y superado el primer día de mi viaje a Menorca, de pronto llegó el momento del silencio: ¡el peque nómada al fin dormido! 

Me senté tranquilamente a disfrutar de los colores del atardecer, si has ido a Menorca sabes de lo que hablo, magia absoluta en el cielo lleno de colores, y si aún no fuiste, te recomiendo que lo vivas, porque estoy segura de que no te dejará indiferente. Así que arropada por los colores del cielo, abrí una cerveza y brindé por el día que había superado, satisfactoriamente, a pesar de todo.

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¡Puesta de sol mágica! (Menorca)

Descubrí y acepté feliz cómo iba a ser a partir de ahora mi nueva forma de viajar. Sabía que la improvisación iba a tomar un papel fundamental y constante en mis futuras rutas, que planear con detalle minucioso era absurdo, que la paciencia era una pieza clave en esta nueva aventura y que cada día iba a ser un reto que pensaba afrontar con la mejor de mis sonrisas. Desde ese día me dejo sorprender por los momentos tal y como vienen en ruta, aprendo de los malos y disfruto al máximo los buenos.

CONCLUSIÓN: «No te rindas nunca, por muy duro que sea el primer viaje con tu hijo, ¡insiste y no desesperes!»

¿Y, tú? ¿Tienes más consejos para volar con niños en modo avión? ¡¡Te animo a dejar tus comentarios!!