Escrito por: Trinidad Aparicio.
Nunca fui muy audaz ni desprendida en libertades, me educaron bajo el lema de: «es antes la obligación que la devoción». Por lo cual, cuando en mayo del año 2004, Anna y Kevin, amigos de mis hijas residentes en San Francisco me invitaron a visitarlos, antes de aceptar, me lo pensé detenidamente… Con cierto temor y moderada ilusión, más alentada por mis hijas, al final decidí aceptar. California.
El avión de la compañía British Airways en el cual viajé hizo escala en Londres. Recuerdo que, por miedo a desorientarme, no me atreví a alejarme de la puerta de embarque ni perdí de vista a otros pasajeros que también debían volver a embarcar en el mismo avión.
Descender de un avión en tierra lejana y desconocida. Buscar con mirada ávida una cara amiga y divisarla entre cierta multitud de personas esperando a quien se espera, hace que te renazca la confianza.
Ese día, de haber medido en una escala de valores la alegría de nuestro reencuentro tanto Anna como yo, hubiésemos superado la nota más alta.
Kevin, nacido en N.Y.C. pisaba firme en su tierra natal. Sin embargo, creo que Anna, argentina de nacimiento, en un principio debió encontrar difícil sentirse cómoda en una ciudad tan distinta a su Buenos Aires querida.
Una vez terminadas nuestras demostraciones de alegría, mis anfitriones pasaron a enterarme de cuántos paseos habían planeado hacer… ¡Tantos eran que llegué a pensar si no creerían que llegaba decidida a quedarme a vivir con ellos!
Mi primer paseo fue visitar el parque Muir Woods: refugio de las Secuoyas Rojas. Quedé admirada ante tanta belleza. Más al observar el respeto con el que los visitantes transitaban por sus senderos, me pareció estar visitando más un santuario que un bosque. Allí comprendí que la cultura del respeto no es un imposible.
Visitar Alcatraz fue uno de los paseos que nunca, ni remotamente, me había imaginado iba a poder realizar. Pasear por el peñón de Alcatraz y tener la suerte de disponer de tiempo para asistir al programa de guardabosques me enriqueció. De allí me llevé el saber que el faro de Alcatraz fue el primero de la costa del Pacífico y también que Alcatraz tiene una de las colonias más grandes de gaviotas occidentales de la costa norte de California.
A mis ya cumplidos setenta y seis años, ese fue el primer viaje que realicé sola sin tener noción alguna del idioma de William Shakespeare.
Gracias a Trinidad Aparicio por compartir su experiencia en California con nosotras. No hay momento malo para viajar, descubrir y aprender más sobre nosotrxs mismxs y el mundo que habitamos.
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