Escrito por: Beatriz Afonso Santos.

“Before the tragedy” y “After the tragedy” fueron las dos frases que más le escuche decir a Anidah Noor mientras caminaba descalza, y envuelta en su sarong batik de flores, por su austera casa a la vera del río Kinabatangan, construída a dos metros del suelo para prevenir inundaciones y evitar el dengue

Anidah nos recibió en su casa un par de días cuando fuimos a conocer el santuario de vida salvaje a orillas del río Kinabatangan, al norte de la isla de Borneo. Ella y su familia forman parte del proyecto de turismo sostenible «Miso Walai Homestay» de la iniciativa Mescot.

De derecha a izquierda: Laura, Anidah, Leticia, Rey y yo en la entrada de la casa familiar.

Este proyecto se enfoca en la protección y recuperación de la floresta y la vida salvaje de la parte baja del río Kinabatangan, y es coordinado por los habitantes de la zona que son, mayoritariamente, los indígenas Orang Sungai.

Borneo, penosamente, es una isla de la que se ha hablado bastante en las últimas décadas debido a la enorme deforestación llevada a cabo por la industria maderera y la industria alimentaria para extraer aceite de palma. Ambas industrias, junto a la caza, han generado un impacto significativo en varias especies animales, especialmente el orangután.

Las iniciativas como Mescot permiten realizar un turismo de menor impacto en la región, conocer más de cerca el estilo de vida, la historia y costumbres de los lugareños, y a ellos les ofrece recursos para, dentro del pequeño alcance de su proyecto, poder proteger la biodiversidad de la zona.

Vista del río Kinabatangan desde el Eco-camping de la iniciativa Mescot.

Leticia, Laura y yo pusimos un pie en aquellas tierras en el verano de 2010, sí, hace ya unos cuantos añitos, y Anidah nos hospedó, e incluso digo más, nos dio amor.

Anidah, de voz y caminar pausado, era la única mujer en la casa, que compartía con su esposo, Rey, sus dos hijos pequeños y su hermano menor. Sin embargo, faltaba alguien, su hija, una excelente estudiante que había sido seleccionada entre las mejores de la región para ir a estudiar medicina en la capital del estado. Un gran orgullo para la familia. Pero, poco antes de viajar, la joven murió en un accidente de tráfico.

Lo único que quedaba de ella era el recuerdo diario en labios de su madre y un retrato colgado en el salón de la casa junto a una pequeña mesa, un par de televisores analógicos y un reproductor de música, los únicos objetos que ocupaban la estancia.

Salón de la casa de la familia Noor.

Cualquier historia o anécdota que nos contaba Anidah se enmarcaba históricamente “before” o “after the tragedy”. El dolor era palpable, pero la resiliencia era mayor y Anidah sanaba gradualmente gracias a esos espacios compartidos con jóvenes extranjeras como nosotras. Jóvenes a las que les contaba sobre su comunidad y su familia, y les enseñaba a cocinar en el suelo de la cocina con ingredientes frescos que se recolectaban en los alrededores de su casa.

Laura y yo aprendiendo a cocinar con Anidah.

Nos enseñó a cocinar unas deliciosas hojas de yuca salteadas con chile y pescado salado de agua dulce. Y también nos abrió su espacio para jugar ajedrez en el comedor con los más jóvenes de la casa (unos grandes expertos del tablero cuadriculado).

Jugando ajedrez con los más jóvenes de la familia Noor.

La familia Noor es musulmana y nos permitió conocer una cara del islam que nos resultó más cercana que la que vivimos en Kota Kinabalu, capital del estado de Sabah.

El islam en casa de Anidah llenaba de cierta sobriedad y calma aquel hogar de cocina sin paredes. Era una sobriedad armoniosa, fluída.

La cocina abierta de la casa de la familia Noor.

Y digo que nos resultó una cara más cercana porque la forma de comunicarse entre mujeres y hombres, y los códigos de vestimenta, nos resultaron más familiares. Desconozco mucho la religión islámica, pero encontrarme con diferentes manifestaciones de ella en Malasia, fue un punto de partida interesante para poder cuestionar estereotipos e, incluso, prejuicios.

Encontrarnos con Anidah fue un gran aprendizaje en muchos niveles, y, especialmente, el sentimiento de acogida, aceptación y solidaridad que nos transmitió, dejó en mí un recuerdo que resuena hasta el día de hoy y me saca una sonrisa grande y reconfortante.

Si quieres conocer más sobre la iniciativa de turismo sostenible Mescot, puedes hacerlo aquí.

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