Escrito por: Mariana Ivonne Ruíz Villagómez.

Te estarás preguntando por qué hice esta carta, nunca te gustó que le contara al mundo de lo que pasaba, tal vez no te acuerdas del comentario que lanzaste aquel día en que nuestra historia terminó, cuando reclamabas mi culpabilidad por tus errores y me decías cómo debía vivir mis relaciones en el futuro.

El día en que leí el mensaje donde decías que mis sentimientos eran un berrinche y que eso “no iba con algunos pensamientos feministas que tenía”, me supe sin palabras, me quedé aludiendo a todos los días en que te hablaba de la lucha feminista, mi lucha; te platicaba de los seminarios a los que asistí, mis ganas de cambio y cuánto quería que realmente mi voz fuera escuchada, y me quedé perpleja, pues tú siempre dijiste traer la camiseta a favor de este ideal y cuando llegó el momento de ver “tu camiseta” solo vi una común y corriente, empapada de cultura misógina y machismo, entre leyéndose estos en lo que parecía ser un simple mensaje de texto. Ese día se me rompió el corazón y vi de frente a aquel niño lastimado, el tuyo, un niño frágil y con un ego de los mil demonios, un hombre que había visto en su pareja una acompañante y no una compañera. Realmente dolió.

Durante nuestra relación hubo múltiples formas, gestos y palabras para decirnos «te quiero» sin necesidad de pronunciarlo, sin embargo, también hubo acciones y frases que llegaron a herir, pues para qué hacernos tontos, cuando se trata de reconocer que en nuestra relación existió violencia de género, las cosas cambian.

Recuerdo una de las tantas noches de desvelo donde hablábamos de un sin fin de cosas, esa noche tú escribiste entusiasmado la invitación a tu graduación, me contabas lo feliz que te sentías de mi presencia en una ocasión tan importante en tu vida, todo iba bien, pero entre todas tus letras hallé la frase “todos verán la chica que me conseguí”, en ese instante la oración retumbó en mi cabeza y no tardé nada en corregir. Ese día me fue inevitable no reconocer el machismo en aquella aseveración y morir de pavor por qué venía de ti.

Después de leer eso me anduve con cuidado para escuchar todo lo que me decías, pues aún y cuando para tus ojos no era visible, siempre he creído que mi lucha, comienza mostrándole a la gente la diferencia que puede causar en el mundo el hecho del cuidado y cambio de nuestro lenguaje; creyendo que me escuchabas pude ver que no era así.

Contrario a los presagios me quedé, sí, aún y cuando sabía que esa clase de comentarios y actitudes existían en tu mundo. Y por mucho tiempo esperé a que te pudieras dar cuenta de las cosas que pasaban a nuestro alrededor y fue más fácil para ti hacer la vista gorda e ignorar, mientras que las cosas se pudrían con la violencia en medio de la mesa, a un lado de tu mundo y del mío.

En esta carta, quizá, se evoca un amor que si pudiera describir en un sabor sería “chocolate amargo”, por qué el sabor era dulce, pero al final lo amargo se sintió tan leve que mientras me lo estaba comiendo jamás percibí la amargura. Fue un amor lleno de micromachismos tan invisibles que podía desayunar con ellos y mirarlos a los ojos para decirme que todo estaría bien, eran tan difíciles de percibir.

Ahora, después de haber rememorado todo aquello que pasó y que dejamos que se escabullera entre nuestras manos con la cotidianidad y el transcurso del tiempo, espero podamos pensar en lo que vivimos como una lección. Con esas actitudes que tú tenías y que yo aceptaba nos dimos la oportunidad de conocer el valor de una acción, de aprender sobre la responsabilidad de asumir el querer estar con alguien y no culpar a los demás de nuestros errores, de trabajar con los acontecimientos de nuestro pasado, mismos que siendo adultos repetimos sin darnos cuenta del daño, para así dejar de ser víctimas de nosotros mismos o, por lo menos, yo sí.

Lo nuestro no sólo fueron heridas, sin embargo, las cicatrices han dejado marcada la vida de una mujer que ahora sabe que aprecia que la escuchen, que ama que el tiempo que le den sea por voluntad, quien quiere ser amada por lo que es, que jamás desea volver a sentir que la hacen menos, que gusta de compartir, una mujer enamorada de la reciprocidad.

Y que  gracias a esa lucha feminista supo librarse de un mundo contradictorio al ideal y que con dolor supo defenderse de tus actitudes que la herían, y entonces supe que aunque una elija sus batallas, el presagio de ser mujer es ya un indicador de  haber nacido para luchar, por mí, por las mujeres que han pasado y por las que han de venir; esta experiencia me ha abierto una ventana en la que no figura un príncipe azul, un caballo blanco ni un ego cabalgante.

Hoy, amor mío, sé que he de edificar sobre las ruinas, sobre las ruinas de esta mujer que te quiso un poco con tristeza. Porque para estar en tu mundo debía renunciar al mío y a la libertad que tuve para mirarte a la cara y decirte adiós, porque tus alas no me alcanzaban y, quién lo iba a decir, que por volar tan alto no te pudiera tener, que por quererme tanto tu pobre amor no me pudiese convencer.

Y al retirarme sabiendo que no había perdedor porque tanto me perdiste tú, como me perdí yo, volteé hacia atrás y vi a tu ego burlón diciéndome «adiós». No hace falta decir que más que nunca supe que ese no era mi lugar.

Te quise, te quiero y te querré, pero no así, no a costa de mí.

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