Escrito por: Milagros O’campo.

 “Desde Lima voy para Trujillo, llego a Huanchaco, voy para Chan Chan…

En el norte, topándose con el Pacifico se alza Chan Chan, en Trujillo, en Perú.”

Y me preguntan por su nombre: no se decir a ciencia cierta si fue Tacaynamo el de la idea, con su lengua Chimo atribuyéndolo “Sol Sol” lo dejó, o fue Guacricur su hijo que se inspiró.

Yo en cambio me pregunto por las manos que amasaron el barro y por la complicidad del sudor que amoldaron uno a una los recintos para ser habitados por los chimor norteños.

Pero mis ojos le descubren a Chan Chan, reposado en el desierto y en cadencia con el mar.


Pausada camino, por una de las avenidas, sonidos lejanos contestan, son el viento y el mar compañeros de antaño; con leves pisadas prosigo como queriendo disimular mi presencia, pego mis ojos e imagino el jinete y su corcel de totora todavía enigmático bajo el sol que rebota sobre las olas.

Pero noto instantáneo a ojos vivos los mismos pescados y pelícanos codificados en geometrías sobre sus tapias que conjugan armoniosas sobre plazas, calles y palacios.
Me espían desde adentro, desde uno de los palacetes quizá, ¿será del Ñain an o del Ñik an?, son los ojos escondidos convertidos en barro que se abrazan por completo a tus muros.

Atisbo entonces, horizonte abajo tu grandeza, tu magnificencia para mi ser, los rastros de chimús ofrendados al viento. Me paro sobre tus entradas y me sumerjo en el tiempo, veo tu rostro distinto, tus ruidos y olores y tu otro tipo de gente, no la de los incas, sino de los chimús, señores.


Chan Chan el imperio, persiste en el tiempo, no hay lluvia ni viento que pueda arrasar sus pasos, que pueda borrar los dedos que lo crearon, ni el aliento que se inscribe por entre los jardines y pozos de agua ahora adormecidos pero vibrantes.

Se cobija en los arenales, que no brindan mayor mano ni al árbol ni a la hierba, sino al corazón de barro más grande del planeta, al Chan Chan.


¿Y cae la tarde?, no, es el sol que se acuesta por su espalda, por sus parques y avenidas, y es el viento que se hunde por las venas del adobe, y soy yo que me quedo anonadada por sus trazas y arquitectura de hermosura.

Yo que me topé con la Metrópoli Chan Chan, por razones de caminante y voy quedándome atrapada y dejando anotada su grandeza.

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