Escrito por: Alba Cala.

Retumbaban los ecos de aquellas palabras atronadoras y desapacibles como cada madrugada. Azotaban con gran fuerza en mi cabeza, sin dejarme conciliar apenas el sueño y desgarrando mis ilusiones poco a poco. Siempre se manifestaban de la misma manera… ¿Vas sola? ¿Por qué no vas con nadie? ¿Has perdido el juicio? ¿Tal y cómo están las cosas? ¿No hay más destinos? ¿Una mujer en ese país?…

De verdad… ¿Me estáis  escuchando u oyendo? Al menos, ¿podéis analizar vuestras palabras antes de soltarlas tan gratuitamente? Absolutamente hice caso omiso de esos disparos disfrazados de prejuicios que herían mi sensibilidad y ánimos.

Pero… ¿Sabéis las razones que me han movido a ello? ¿Las inquietudes que merodean por mi cabeza? Me pregunto si algún día prevalecerá la empatía y sentido común.

 

Solamente me faltaba una semana para poner rumbo al primer destino turístico de África, a la parte noroeste y a escasos kilómetros de Europa.

Allá dónde el Mediterráneo baña las costas, el continental abraza las zonas montañosas y el desértico arropa las zonas pertenecientes al Sáhara.

El degustar el cuscús, tajín de cordero asado o pasteles acompañados de un té verde.

Explorar y perderte entre las leyendas cómo la de que el azul ahuyentaba a los mosquitos en la ciudad de Chefchauen, dónde todas las casas son de ese color.

El azul de las casas de Chefchauen

Aquel país que tradicionalmente defendía que el hígado era el órgano simbólico del amor.

Que el ofrecimiento de un té o carne es muestra de hospitalidad y rechazarlo se considera un acto de mala educación.

Dónde el León de Atlas es el animal nacional y el té verde la bebida nacional.

La venta ambulante y el regateo forman parte de la cultura.

Que saludar con la mano izquierda es de mala educación ya que la usan para la higiene personal.

Especias, colores y aceites puros evocando los más maravillosos aromas.

Con el velo colorido bereber

Quizás fue esa fabulosa cena a ritmo de tambores y baile bereber alrededor del fuego… O ese ambiente embriagador del campamento en pleno desierto del Sáhara, el más grande del mundo… Las dunas con su arena rojiza… Tal vez las miles de leyendas, tribus que vagan por aquellas tierras socorridas por oasis…

Campamento en el desierto de Sáhara

Jamás vi un panorama tan virgen, tan puro, tan real… No quería captar belleza de tan gran magnitud con la cámara del móvil, si no, meterme en los poros de la piel cada sensación que me despertaba y regalaba ese lugar.

Pero ese cielo impoluto envuelto en un generoso manto de estrellas, las mismas que alumbraban la oscuridad de tal mágica noche… La que te invitaba a soñar y fantasear con mil y una fábulas.

La Noche Estrellada

El amanecer abría paso tan temprano que la inmensidad del desierto acompañado de sus dunas frescas de una pasada fría noche, te deslumbraba y cautivaba por horas pero de igual modo te brindaba la mayor de las libertades.

Amanecer en el Sáhara

Me emocionó de tal manera que  pude entender la sensibilidad y belleza que deseaba transmitir Van Gogh, desde entonces, la bauticé como mi particular versión de La Noche Estrellada.

Y es que, compañeras, ahí entendí que la única pregunta que tenían derecho a hacerme era si este viaje o cualquier otro que quisiera hacer me haría feliz.

 

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