Escrito por: Elena Clarke.

La idea de escribir “El paraíso de las mil islas”, una novela landscape ambientada en Bali, empezó con “Come, reza, ama”, de Elizabeth Gilbert, que trataba de una mujer que recorría varios países en busca de sí misma y de las grandes verdades de la vida.

Aunque yo por entonces no lo sabía, averigüé después que Gilbert había sido inspiradora para una buena cantidad de mujeres nómadas en todo el mundo, que seguían año tras año sus huellas en busca de una experiencia vital transformadora.

El proyecto de la novela era ambicioso. Al estilo de otras escritoras como Luz Gabás o Sarah Lark, quería conectar el pasado y el presente y que el libro fuera relevante para la lectora contemporánea. Así, tanto Cecilia en el siglo XIX como Mara, en el siglo XXI, son mujeres fuertes, emprendedoras, que no tienen miedo ante los desafíos y las aventuras y que van en busca del amor, de su autonomía y de crear su propia personalidad con todo lo que tienen. La primera, lleva un aserradero de maderas de teca en la Bali colonial y la segunda una cadena de muebles exóticos en Madrid y otras provincias. Ambas se verán conectadas por un maravilloso escritorio que es testigo de sus historias de amor.

Yo ya había estado en Bali y tenía una idea bastante clara de lo que quería escribir, por lo que empecé a imaginarme los lugares que habitarían ambas protagonistas. Programé un segundo viaje a Bali en el puente de diciembre, con el objetivo de visitar las localizaciones yo misma y así poder describirlas. Para entonces ya tendría una versión primera del manuscrito y sabría exactamente donde quería ir. Mi centro de operaciones sería Ubud.

Hasta entonces, tiré de documentación, casi toda en inglés. Leí varios libros, tanto de ficción como de no ficción. Entre los primeros, el citado de Elizabeth Gilbert (también vi la película), Sarah Lark, Memorias de África (no lo había leído y me apasionó), incluso Jane Eyre (también lo tenía pendiente).

Para la documentación sobre Bali tenía catálogos de arquitectura balinesa de Taschen, libros sobre cocina y espiritualidad, sobre las artes dramáticas, la música del gamelán (la orquesta tradicional balinesa) y tres tesoros: uno etnográfico, “La isla de Bali”, de Covarrubias (describiendo el Bali no turístico de principios del siglo XX), otro histórico, “Max Havelaar o las subastas de café de la compañía neerlandesa de comercio”, una novela del XIX, verdaderamente colonial, escrita en primera persona por uno de los Residentes Asistentes de la administración holandesa y otro cultural, “Visible and Invisible Realms”, un libro académico de una verdadera erudita de Chicago, que me introdujo profundamente en el pensamiento y espiritualidad hinduista de los balineses, su regencia, sus leyendas más importantes, su forma de pensar y el contexto histórico. Gracias a estos tres libros pude construir el mundo en que tenía que moverse Cecilia. El mundo de Mara, madrileña turista, ya lo conocía por mi propia experiencia.

Tras la investigación y la escritura de los primeros meses llegó el momento de ir a Bali. Contraté a un chófer privado con el que negociaba los trayectos y me permitía ir a lugares remotos, no siempre en las rutas habituales, donde yo había imaginado la acción de mis protagonistas. 

Para la mansión Beresford escogí la villa Saparua, ejemplo colonial casi único en la isla, cerca del famoso templo de Tanah Lot, al oeste. Las Bali Teak Farms, en Badung, fueron las plantaciones de teca para el aserradero. La corte de Klungkung, con su famoso Palacio de Justicia, hizo de sede para la legendaria Reina Virgen, Istri Kanya, y su fascinante historia de resistencia durante la conquista de los holandeses, que la convierte en una especie de Boudica de Oriente. Los dioramas que Mara ve de ella y que conectan la historia entre pasado y presente, pueden verse realmente entre los monumentos de la ciudad de piedra.

El templo de la Cueva de los Murciélagos, Pura Goa Lawah, fue el escenario para el escena final, así como Klotok, que es el templo de la muerte de Klungkung (los balineses alineaban los templos de sus diferentes reinos-ciudadela respecto al templo madre Besakih, y siguiendo una línea recta hasta el mar). Allí pudimos ver, por sorpresa, una espectacular ceremonia de baño del Barong, rey de los espíritus mitológicos de Bali, en la playa. Esa es una escena que pasó a la novela directamente:

Los tambores resonaban con fuerza dictando la procesión, que pisaba sobre las decenas de ofrendas desparramadas por la playa. El arroz cocido se mezclaba con las flores, la fruta y los cestillos de hoja de palma trenzada bajo las plantas de los pies. 

Desde el borde de la muralla, asomada sobre un parapeto de grandes piedras, la Reina Virgen contemplaba las ráfagas de espuma deslumbrante, de pura luz, que barrían una y otra vez la arena negra. Aquella era la última ceremonia que iba a oficiar. Levantó la mano y las antorchas le prendieron fuego, mientras las mujeres tomaban agua del mar con el hueco de las manos y se la pasaban por los cabellos recogidos, una y otra vez, para purificarse.

También hubo tiempo para el placer y me di un pequeño salto a la isla de Gili Meno, para bucear y ver las mágicas esculturas Nest, bajo el agua, muy cerca de la villa donde estaba alojada. 

Fue un viaje mágico. Hubo literatura, inspiración, aventura (nos perdimos en la selva y nos salió una anciana con un machete en la mano), buena comida, risas, deseo, amor… y toda la belleza que solo esta isla tan única y especial puede ofrecer. Espero que podáis vivirlo vosotras mismas, en algún momento.

Ya sea real o literario, feliz viaje a todas. 

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